miércoles, 8 de julio de 2015

EL REY CEBRA


    Fernando camina acelerado por el salón gritando improperios al viento, le ruego que baje la voz, los muros del castillo pueden tener oídos indiscretos que no conviene que le escuchen. Es evidente que la decisión de padre no le satisface, a mí tampoco, pero conociéndole un poco, me esperaba algo así. Siempre estuvo alejado de las tradiciones y, en ésta, su última decisión, no iba ser de otra manera. El problema es que lo ha dejado muy claro y por escrito. Ahora todos los habitantes del reino conocen el deseo póstumo del Rey Cebra. El reino permanecerá unido por toda la eternidad, es indivisible, y su heredero será elegido por los súbditos, entre Fernando y yo. Sólo uno será rey. Vuelvo a pedirle que se calme, el consejero real estará a punto de regresar al salón y no puede verle así. Es una tragedia, el viejo lo ha estropeado todo, y ver a Alonso tan tranquilo, pidiéndome calma, me desquicia más. ¿Acaso no le importa ver como nuestro plan se viene abajo? ¿Por qué le hice caso?, tanto secretismo para nada, debió dejarme solucionar este asunto antes, cuando intuimos que el vejestorio tramaba algo. Siempre ha sido un cobarde, ocultando sus intenciones al mundo, mostrando esa falsa sonrisa para embaucar a todos y poder manejarlos a su antojo. Pero en esto estamos juntos y yo no quiero cumplir el deseo de nuestro padre. Por el momento, lo mejor es acatar el mandato de nuestro padre, pero Fernando está fuera de sí para entenderlo. Trato de calmarlo, le invito a reflexionar sin la esperanza de que me acompañe, esa nunca fue una virtud suya. Le distraigo con el recuerdo de padre paseando por el reino a lomos de ese ridículo animal rayado. El Rey Cebra, el Rey Bufón diría yo. Reímos juntos, mofarnos de padre siempre nos unió. Cuando dejo de oír sus quejas, regresa el silencio y puedo volver a pensar. No me gusta comprobar, que tenemos muy pocas opciones de llevar a cabo nuestro propósito. Nadie en el reino desobedecerá un mandato de su querido rey. Todos, campesinos y nobles, lo veneraban, incluso llegarían al extremo de dar su vida por cumplir su voluntad. Busco en mis pensamientos una solución, un resquicio por el que deslizarme, pero no lo hallo.

    Cuando Alonso se queda tan callado me da miedo, nunca sé que puede albergar en su mente. Tendré que estar alerta, me fío de mi hermano, sí, pero no de su ambición. Siempre guardando ese silencio inquietante, sin descubrir sus pensamientos hasta que ya se han hecho realidad. Una víbora que ataca con sigilo a la que no conviene dar la espalda. ¿Seguirá de mi lado? ¿Quien sabe? Sólo es leal a sus deseos. De momento río sus bufonadas y le dejo pensar, pero vigilo. Le conozco bien, y si intenta alguna de sus argucias conmigo lo pagará muy caro. Me siento a su lado y me calmo, como él quiere.
    Trata de aparentar tranquilidad, pero es como si un oso intentara tocar el laúd con sus zarpas. Sus piernas le delatan, no puede mantenerlas quietas ni siquiera cuando está sentado. Me desquicia su ímpetu, si por él fuera cogería a sus soldados y mataría a todo aquel que no le reconozca como rey, es un salvaje que bañaría el reino con sangre para nada. Un salvaje muy útil, lo sé, pero se lo he explicado mil veces, el mejor súbdito es el que se somete por voluntad propia.

    Irrumpo en el salón y veo a los príncipes sentados, uno al lado del otro. Me presento con respeto y me acerco a ellos, descubro en su rosto el disgusto, están afligidos. La muerte de su padre debe haberlos afectado mucho, a mi también, es lógico. Toda una vida siendo su consejero me dio la oportunidad de conocerle en profundidad. Un hombre de la nobleza del Rey Cebra debería permanecer por toda la eternidad en el mundo, pero la naturaleza es implacable. La noticia que traigo conmigo espero que les devuelva la sonrisa. Es el último regalo de su amado padre. Extiendo la bandera en la mesa, y les cuento que su padre me ordenó crearla y dársela tras su muerte El rey quería que fuesen ellos quienes ofrezcan al pueblo su nuevo estandarte. En esta bandera se encuentra el espíritu del Rey Cebra. El espíritu de un rey entregado a sus súbditos, el espíritu de un hombre que vivió para mejorar el mundo que le rodeaba, el espíritu de un ser extraordinario. Esta bandera es su legado, y guiará al nuevo rey en su difícil tarea. Termino de hablar y los príncipes permanecen callados, ni la bandera, ni mi entusiasmo tiene el efecto que yo esperaba. Las palabras del consejero real despiertan mi mente. Al ver la bandera, por fin he encontrado la solución, el resquicio por el que deslizarme. Miro a Fernando y sonrío. Aún es posible ejecutar el plan. Me levanto y desenvaino mi espada retando a mi hermano, “¿de qué color es la cebra?” le grito. Por unos instantes creo que Fernando no entiende nada, pero no es tan tonto como yo creía. “ ¡Es blanca con rayas negras!” me responde mientras desenvaina. “No, es negra con rayas blancas”, contesto. Comienza el duelo.
    Los príncipes han perdido el juicio, discutir sobre el color de la cebra me resulta absurdo. Son dos niñatos desagradecidos que no han entendido la grandeza del regalo de su padre, acabarán por matarse. El combate se acerca a mí peligrosamente y retrocedo. No encuentro lógica a lo que mis ojos están presenciando, es un duelo de estupidez. El comportamiento de Alonso y Fernando me resulta incompresible hasta que el duelo se detiene y el filo de sus espadas está sobre mi pecho. Comprendo todo, pero ya es tarde, lo último que escucho es el inicio del desastre, “¿de qué color es la cebra?”.











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