miércoles, 8 de julio de 2015

MIRA, VE


     Lo primero que veo al abrir los ojos es el blanco sucio del techo. Estoy tumbado en algún tipo de sofá y me siento algo aturdido. Giro mi cabeza a la derecha, y a lo lejos, veo una barra de bar, detrás una camarera rubia recoge y limpia unos vasos. En una de las esquinas de la barra, un cliente sentado en un taburete, disfruta de una cerveza. O eso creo, porque no consigo enfocar bien mi mirada y lo percibo todo envuelto en una especie de niebla, borroso. Deduzco que vuelvo a estar borracho, tumbado esperando a que se me pase la tajada. A unos metros de mí, a mis pies, está el gordo de los martes leyendo su cuaderno. No consigo entender qué coño pinta un tipo así en un bar como este, me lo he encontrado varias veces y siempre está igual, sentado sin decir nada, leyendo.
     Mi cabeza se pierde, me mareo, creo que hoy me la he cogido buena. Por un momento pienso que bebo demasiado, tal vez debería dejarlo, luego observo mi vida y declino esa idea. Inspector de policía mentiroso, fracasado y ex-marido cornudo, justifican con creces mi ingesta diaria de alcohol. No sé muy bien cuando perdí las riendas, pero pensar ahora en ello creo que es idea nefasta.
     Vuelvo a centrarme en lo que sucede en la barra. La camarera rubia está hablando con el cliente del taburete. Ambos parecen disfrutar de la conversación, ríen y coquetean sin importarles mi presencia ni la del gordo. Intuyo que son pareja y se certifica mi sospecha cuando ella lo besa. Siento un pinchazo que atraviesa mi pecho, no soporto verlo, hace tiempo que el amor me repugna. Imagino que él está esperando a que ella cierre el bar y poder disfrutar de una noche apasionada. Pero yo no pienso facilitárselo, lo siento, pero no voy moverme de donde estoy hasta que no se me pase la borrachera, y por lo que veo, el gordo tampoco tiene mucha intención de marchase por ahora, eso de algún modo me tranquiliza. Su noche de pasión tendrá que esperar.
     Oigo como se abre la puerta del bar y un nuevo cliente aparece en escena. La camarera se aleja de su amante al verlo y parece asustada. Creo que el nuevo cliente lleva un arma en su mano, al estar el apunto cerrar, sospecho que esto es un vulgar atraco. Mi deber como policía me obliga a actuar, pero estoy fuera de servicio y borracho, así que espero que la rubia le entregue la recaudación del día y lo deje marchar, en cinco minutos todo se habrá acabado. Miro al amante deseando que no le dé por hacerse el héroe, eso siempre termina mal. Parece que no, levanta sus manos y se queda quieto en su taburete, bien hecho. Pero suena un disparo y cae fulminado al suelo, tengo que intervenir, aunque no quiero. Trato de incorporarme pero no lo consigo, estoy inmovilizado. Mi cuerpo no responde, algo lo retiene. Tengo que intervenir me repito, pero no puedo, no quiero. La ira crece en mi interior, no puedo seguir mirando, pero el gordo me obliga a verlo. ¡Es el gordo! Ya no lee su cuaderno y ahora me mira fijamente, no sé como demonios lo hace, pero es él quien me paraliza y que obliga a mirar. Esto no es un atraco. ¡Es un asesinato y quieren que yo lo presencie!. La he cagado. Un nuevo disparo y la rubia cae sin que yo pueda hacer nada. El asesino y el gordo están juntos en esto, yo soy su único objetivo, pero ¿por qué?. Oigo los gritos de agonía de la camarera y son como alfileres que se clavan en mi cerebro. El asesino se está acercando a mí, trato de gritar y de moverme pero es imposible. Estoy perdido, lo sé, en un intento desesperado suplico mentalmente al gordo que me libere, y por primera vez, lo escucho hablar ”no, esta vez no”.
     Estoy aterrado, aunque no temo por vida. El asesino está tan cerca de mí que su respiración se confunde con la mía. Su cara está cubierta de sangre pero sigo viendo todo borroso. Bajo mi mirada pero el gordo me obliga a mirar a los ojos del asesino. Mi cuerpo trata de impedirlo y le invade el dolor mas espantoso que jamás he sentido, y ese momento por fin lo veo. Miro y veo al asesino.


-Un, dos, tres ¡Despierta!




EL REY CEBRA


    Fernando camina acelerado por el salón gritando improperios al viento, le ruego que baje la voz, los muros del castillo pueden tener oídos indiscretos que no conviene que le escuchen. Es evidente que la decisión de padre no le satisface, a mí tampoco, pero conociéndole un poco, me esperaba algo así. Siempre estuvo alejado de las tradiciones y, en ésta, su última decisión, no iba ser de otra manera. El problema es que lo ha dejado muy claro y por escrito. Ahora todos los habitantes del reino conocen el deseo póstumo del Rey Cebra. El reino permanecerá unido por toda la eternidad, es indivisible, y su heredero será elegido por los súbditos, entre Fernando y yo. Sólo uno será rey. Vuelvo a pedirle que se calme, el consejero real estará a punto de regresar al salón y no puede verle así. Es una tragedia, el viejo lo ha estropeado todo, y ver a Alonso tan tranquilo, pidiéndome calma, me desquicia más. ¿Acaso no le importa ver como nuestro plan se viene abajo? ¿Por qué le hice caso?, tanto secretismo para nada, debió dejarme solucionar este asunto antes, cuando intuimos que el vejestorio tramaba algo. Siempre ha sido un cobarde, ocultando sus intenciones al mundo, mostrando esa falsa sonrisa para embaucar a todos y poder manejarlos a su antojo. Pero en esto estamos juntos y yo no quiero cumplir el deseo de nuestro padre. Por el momento, lo mejor es acatar el mandato de nuestro padre, pero Fernando está fuera de sí para entenderlo. Trato de calmarlo, le invito a reflexionar sin la esperanza de que me acompañe, esa nunca fue una virtud suya. Le distraigo con el recuerdo de padre paseando por el reino a lomos de ese ridículo animal rayado. El Rey Cebra, el Rey Bufón diría yo. Reímos juntos, mofarnos de padre siempre nos unió. Cuando dejo de oír sus quejas, regresa el silencio y puedo volver a pensar. No me gusta comprobar, que tenemos muy pocas opciones de llevar a cabo nuestro propósito. Nadie en el reino desobedecerá un mandato de su querido rey. Todos, campesinos y nobles, lo veneraban, incluso llegarían al extremo de dar su vida por cumplir su voluntad. Busco en mis pensamientos una solución, un resquicio por el que deslizarme, pero no lo hallo.

    Cuando Alonso se queda tan callado me da miedo, nunca sé que puede albergar en su mente. Tendré que estar alerta, me fío de mi hermano, sí, pero no de su ambición. Siempre guardando ese silencio inquietante, sin descubrir sus pensamientos hasta que ya se han hecho realidad. Una víbora que ataca con sigilo a la que no conviene dar la espalda. ¿Seguirá de mi lado? ¿Quien sabe? Sólo es leal a sus deseos. De momento río sus bufonadas y le dejo pensar, pero vigilo. Le conozco bien, y si intenta alguna de sus argucias conmigo lo pagará muy caro. Me siento a su lado y me calmo, como él quiere.
    Trata de aparentar tranquilidad, pero es como si un oso intentara tocar el laúd con sus zarpas. Sus piernas le delatan, no puede mantenerlas quietas ni siquiera cuando está sentado. Me desquicia su ímpetu, si por él fuera cogería a sus soldados y mataría a todo aquel que no le reconozca como rey, es un salvaje que bañaría el reino con sangre para nada. Un salvaje muy útil, lo sé, pero se lo he explicado mil veces, el mejor súbdito es el que se somete por voluntad propia.

    Irrumpo en el salón y veo a los príncipes sentados, uno al lado del otro. Me presento con respeto y me acerco a ellos, descubro en su rosto el disgusto, están afligidos. La muerte de su padre debe haberlos afectado mucho, a mi también, es lógico. Toda una vida siendo su consejero me dio la oportunidad de conocerle en profundidad. Un hombre de la nobleza del Rey Cebra debería permanecer por toda la eternidad en el mundo, pero la naturaleza es implacable. La noticia que traigo conmigo espero que les devuelva la sonrisa. Es el último regalo de su amado padre. Extiendo la bandera en la mesa, y les cuento que su padre me ordenó crearla y dársela tras su muerte El rey quería que fuesen ellos quienes ofrezcan al pueblo su nuevo estandarte. En esta bandera se encuentra el espíritu del Rey Cebra. El espíritu de un rey entregado a sus súbditos, el espíritu de un hombre que vivió para mejorar el mundo que le rodeaba, el espíritu de un ser extraordinario. Esta bandera es su legado, y guiará al nuevo rey en su difícil tarea. Termino de hablar y los príncipes permanecen callados, ni la bandera, ni mi entusiasmo tiene el efecto que yo esperaba. Las palabras del consejero real despiertan mi mente. Al ver la bandera, por fin he encontrado la solución, el resquicio por el que deslizarme. Miro a Fernando y sonrío. Aún es posible ejecutar el plan. Me levanto y desenvaino mi espada retando a mi hermano, “¿de qué color es la cebra?” le grito. Por unos instantes creo que Fernando no entiende nada, pero no es tan tonto como yo creía. “ ¡Es blanca con rayas negras!” me responde mientras desenvaina. “No, es negra con rayas blancas”, contesto. Comienza el duelo.
    Los príncipes han perdido el juicio, discutir sobre el color de la cebra me resulta absurdo. Son dos niñatos desagradecidos que no han entendido la grandeza del regalo de su padre, acabarán por matarse. El combate se acerca a mí peligrosamente y retrocedo. No encuentro lógica a lo que mis ojos están presenciando, es un duelo de estupidez. El comportamiento de Alonso y Fernando me resulta incompresible hasta que el duelo se detiene y el filo de sus espadas está sobre mi pecho. Comprendo todo, pero ya es tarde, lo último que escucho es el inicio del desastre, “¿de qué color es la cebra?”.