Esa tarde llegaba cansado a casa, solo
tenía ganas y energía para tumbarme en el sofá y perder el tiempo
en la nada de la televisión. Dejé mi pequeño bolso en el mueble de
la entrada y fui directamente al salón, ansioso de cumplir mi deseo.
Y allí estaba él, esperándome. Sentado en mi sitio, El Hombre sin
Rostro me observaba de nuevo. Desde hace algún tiempo, era frecuente
encontrármelo por la casa y ya no me sorprendía su presencia. Hasta
podría decir, que empezaba a disfrutar con sus charlas. Bueno,
llamar charlas a lo que sucedía entre él y yo, es bastante
generoso. Él hablaba sin parar y yo escuchaba, con suerte de vez en
cuando podía decir algo, pero rápidamente retomaba la palabra para
seguir predicando. A pesar de todo, me resultaba divertida su
presencia. Fui a la cocina para coger una cerveza, el alcohol hacía
más divertido el sermón. Abrí la nevera y la ira se adueñó de
mí, otra vez me había saqueado. No
aprendo, olvidé que mi hermana empezaba hoy el turno de noche en el
hospital dejando a mi cuñado solo en su casa. Si a esa ecuación
añadimos, mi nevera llena de cervezas y un taper de pollo asado, el
resultado de la misma es sencillo.
Cierro con brusquedad la nevera y, con el gesto torcido, me dirijo al
salón para escuchar a mi locuaz orador.
Me siento a su lado en el sofá y abro la cerveza, él comienza su
discurso.
—Muy
buena idea dejar una llave en casa de tu hermana, viviendo en el piso
de arriba es lógico tener una llave de emergencia tan cerca de
aquí. Lástima que no contaras con el gorrón de tu cuñado. Ahora
se estará comiendo tu pollo y bebiendo tu cerveza mientras tú y yo
hablamos, como si no tuviera bastante con vivir a costa de tu
hermana. Dime, ¿qué vas a hacer? Mejor deja que sea yo quien te
conteste. Nada, no harás nada, como siempre. Te beberás esa última
cerveza y acabarás cenando alguna
lata de conservas. Luego te engancharás a la tele para
tratar de olvidar lo idiota que eres, y acabarás yéndote de
madrugada a dormir, jurándote que mañana pedirás la llave a tu
hermana, pero al despertar , ya sin tu cabreo, pensarás: “ para
qué disgustar a mi hermana por unas pocas cervezas y un trozo
de pollo”. Te convencerás que todo es una tontería y seguirás
inmóvil hasta el próximo saqueo, es tu rutina. Lo haces con tu jefe
cuando te obliga a trabajar los sábados que no te corresponden, con
los de telefónica cuando te cobran de más, con aquel camarero que
te juraba que aquella ración de jamón rancio era ibérico, y así
podría estar toda la noche, contándote situaciones en las actúas
como un perdedor.¿Sabes que haría yo ahora? Cogería la mochila
azul y metería en ella todo el efectivo que hay en casa y el billete
abierto que tienes para Guatemala. Luego pondría el silenciador a la
pistola y con todo, subiría al piso de arriba. Llamaría al timbre,
y cuando viera la cara del idiota de tu cuñado, le volaría los
sesos antes de que terminara de decir hola. Después, rumbo al
aeropuerto y a una vida nueva en Guatemala, donde nadie te conoce,
donde nadie espera nada de ti y puedes empezar a ser como quieras.
Me río escuchando al Hombre sin
Rostro, pero comienzo asustarme cuando veo la mochila azul encima de
una silla del salón. Me levanto y la abro, esta llena de dinero y en
el bolsillo más pequeño está el billete avión. Presa del pánico
miro hacia mesa y veo la pistola armada con el silenciador, no
entiendo lo que está pasando. El Hombre sin Rostro me grita
enfadado.
-¡Hazlo! ¡Por una vez ten valor de
coger las riendas de tu vida!¡Deja que salga la fiera! ¡Tú siempre
pierdes, siempre! Hoy tienes la oportunidad de cambiar eso, hoy
puedes ser un ganador, un disparo y triunfarás.
Miro nervioso la pistola que ahora ya
está en mi mano. Mi corazón esta a punto de reventarme el pecho,
en mi cabeza aparece la imagen de mi cuñado con los sesos
esparcidos por el suelo de su casa. Cierro los ojos y empiezo a
respirar profundo, despacio, muy despacio. Inhalo, exhalo, inhalo,
exhalo. Mi ritmo cardíaco baja y la imagen de mi cabeza desaparece,
abro los ojos. Guardo la pistola entre el pantalón y mi cintura
ocultándola con mi camiseta. En mi cabeza ahora está Eva. Hoy,
después de un año y medio intentando hablar con ella de algo que no
fuera trabajo, por fin la he invitado salir. Se ha reído en mi cara,
mientras decía que ella nunca sale con perdedores y entonces lo he
visto claro. Ella nunca me ha gustado, es superficial y arrogante, no
tiene nada que ofrecerme, y ¿por qué he estado más de un año
obsesionado con ella? Por un segundo he estado tentando de decirle
que es una pobre mujer, tan insegura que mendiga migajas de atención
abriéndose de piernas. Sentí lástima por ella y no abrí la boca.
He vuelto a mi mesa de trabajo y la he oído como contaba, entre
risas a su amiga Marta, que el tarado la había invitado a salir. No
se trata de ganar o perder, esto no es una guerra. Necesito estar
presente en cada segundo de mi vida, bastó con invitarla a salir, la
respuesta ya era innecesaria. Después su burla me era indiferente.
Quédate aquí, Hombre sin Rostro, yo
tengo que hablar con mi cuñado. Le diré que me invite a cenar, con
eso será suficiente.
Salgo de casa orgulloso y subo por las
escaleras. Me siento bien, mi cuñado puede que sea un gorrón pero
no es mal tipo, además mi hermana está locamente enamorada de él.
De algún modo que yo no entiendo, la hace feliz, y eso me debe
bastar. Llamo al timbre y espero, tarda un poco en abrir. Al rato
aparece mi cuñado sin camiseta y con los pelos revueltos. Es un
vago, estaría durmiendo, como siempre. Menudo chollo ha encontrado
con mi hermana. Le digo que he venido a cenar con él y trato de
pasar a su casa. Él me
frena poniendo su mano en mi pecho y me pide que vuelva dentro
de unos quince minutos. Le noto nervioso y le pregunto por qué. Me
asegura que tiene la casa hecha un asco y que
le da vergüenza que la vea. Me río y le digo que no se
preocupe, que en un cuarto de hora vuelvo y cenamos. Me despido y
empiezo a girarme para bajar las escaleras mientras él cierra
puerta, en ese instante oigo claramente la voz de una mujer.
Cierro los ojos y respiro profundo,
despacio, muy despacio. Inhalo, exhalo, inhalo, exhalo. Temo que el
Hombre sin Rostro haya subido conmigo.