viernes, 22 de mayo de 2015

EL HOMBRE SIN ROSTRO

     

       Esa tarde llegaba cansado a casa, solo tenía ganas y energía para tumbarme en el sofá y perder el tiempo en la nada de la televisión. Dejé mi pequeño bolso en el mueble de la entrada y fui directamente al salón, ansioso de cumplir mi deseo. Y allí estaba él, esperándome. Sentado en mi sitio, El Hombre sin Rostro me observaba de nuevo. Desde hace algún tiempo, era frecuente encontrármelo por la casa y ya no me sorprendía su presencia. Hasta podría decir, que empezaba a disfrutar con sus charlas. Bueno, llamar charlas a lo que sucedía entre él y yo, es bastante generoso. Él hablaba sin parar y yo escuchaba, con suerte de vez en cuando podía decir algo, pero rápidamente retomaba la palabra para seguir predicando. A pesar de todo, me resultaba divertida su presencia. Fui a la cocina para coger una cerveza, el alcohol hacía más divertido el sermón. Abrí la nevera y la ira se adueñó de mí, otra vez me había saqueado. No aprendo, olvidé que mi hermana empezaba hoy el turno de noche en el hospital dejando a mi cuñado solo en su casa. Si a esa ecuación añadimos, mi nevera llena de cervezas y un taper de pollo asado, el resultado de la misma es sencillo. Cierro con brusquedad la nevera y, con el gesto torcido, me dirijo al salón para escuchar a mi locuaz orador. Me siento a su lado en el sofá y abro la cerveza, él comienza su discurso.

      —Muy buena idea dejar una llave en casa de tu hermana, viviendo en el piso de arriba es lógico tener una llave de emergencia tan cerca de aquí. Lástima que no contaras con el gorrón de tu cuñado. Ahora se estará comiendo tu pollo y bebiendo tu cerveza mientras tú y yo hablamos, como si no tuviera bastante con vivir a costa de tu hermana. Dime, ¿qué vas a hacer? Mejor deja que sea yo quien te conteste. Nada, no harás nada, como siempre. Te beberás esa última cerveza y acabarás cenando alguna lata de conservas. Luego te engancharás a la tele para tratar de olvidar lo idiota que eres, y acabarás yéndote de madrugada a dormir, jurándote que mañana pedirás la llave a tu hermana, pero al despertar , ya sin tu cabreo, pensarás: “ para qué disgustar a mi hermana por unas pocas cervezas y un trozo de pollo”. Te convencerás que todo es una tontería y seguirás inmóvil hasta el próximo saqueo, es tu rutina. Lo haces con tu jefe cuando te obliga a trabajar los sábados que no te corresponden, con los de telefónica cuando te cobran de más, con aquel camarero que te juraba que aquella ración de jamón rancio era ibérico, y así podría estar toda la noche, contándote situaciones en las actúas como un perdedor.¿Sabes que haría yo ahora? Cogería la mochila azul y metería en ella todo el efectivo que hay en casa y el billete abierto que tienes para Guatemala. Luego pondría el silenciador a la pistola y con todo, subiría al piso de arriba. Llamaría al timbre, y cuando viera la cara del idiota de tu cuñado, le volaría los sesos antes de que terminara de decir hola. Después, rumbo al aeropuerto y a una vida nueva en Guatemala, donde nadie te conoce, donde nadie espera nada de ti y puedes empezar a ser como quieras.

        Me río escuchando al Hombre sin Rostro, pero comienzo asustarme cuando veo la mochila azul encima de una silla del salón. Me levanto y la abro, esta llena de dinero y en el bolsillo más pequeño está el billete avión. Presa del pánico miro hacia mesa y veo la pistola armada con el silenciador, no entiendo lo que está pasando. El Hombre sin Rostro me grita enfadado.
        -¡Hazlo! ¡Por una vez ten valor de coger las riendas de tu vida!¡Deja que salga la fiera! ¡Tú siempre pierdes, siempre! Hoy tienes la oportunidad de cambiar eso, hoy puedes ser un ganador, un disparo y triunfarás.

        Miro nervioso la pistola que ahora ya está en mi mano. Mi corazón esta a punto de reventarme el pecho, en mi cabeza aparece la imagen de mi cuñado con los sesos esparcidos por el suelo de su casa. Cierro los ojos y empiezo a respirar profundo, despacio, muy despacio. Inhalo, exhalo, inhalo, exhalo. Mi ritmo cardíaco baja y la imagen de mi cabeza desaparece, abro los ojos. Guardo la pistola entre el pantalón y mi cintura ocultándola con mi camiseta. En mi cabeza ahora está Eva. Hoy, después de un año y medio intentando hablar con ella de algo que no fuera trabajo, por fin la he invitado salir. Se ha reído en mi cara, mientras decía que ella nunca sale con perdedores y entonces lo he visto claro. Ella nunca me ha gustado, es superficial y arrogante, no tiene nada que ofrecerme, y ¿por qué he estado más de un año obsesionado con ella? Por un segundo he estado tentando de decirle que es una pobre mujer, tan insegura que mendiga migajas de atención abriéndose de piernas. Sentí lástima por ella y no abrí la boca. He vuelto a mi mesa de trabajo y la he oído como contaba, entre risas a su amiga Marta, que el tarado la había invitado a salir. No se trata de ganar o perder, esto no es una guerra. Necesito estar presente en cada segundo de mi vida, bastó con invitarla a salir, la respuesta ya era innecesaria. Después su burla me era indiferente.
        Quédate aquí, Hombre sin Rostro, yo tengo que hablar con mi cuñado. Le diré que me invite a cenar, con eso será suficiente.
        Salgo de casa orgulloso y subo por las escaleras. Me siento bien, mi cuñado puede que sea un gorrón pero no es mal tipo, además mi hermana está locamente enamorada de él. De algún modo que yo no entiendo, la hace feliz, y eso me debe bastar. Llamo al timbre y espero, tarda un poco en abrir. Al rato aparece mi cuñado sin camiseta y con los pelos revueltos. Es un vago, estaría durmiendo, como siempre. Menudo chollo ha encontrado con mi hermana. Le digo que he venido a cenar con él y trato de pasar a su casa. Él me frena poniendo su mano en mi pecho y me pide que vuelva dentro de unos quince minutos. Le noto nervioso y le pregunto por qué. Me asegura que tiene la casa hecha un asco y que le da vergüenza que la vea. Me río y le digo que no se preocupe, que en un cuarto de hora vuelvo y cenamos. Me despido y empiezo a girarme para bajar las escaleras mientras él cierra puerta, en ese instante oigo claramente la voz de una mujer.




        Cierro los ojos y respiro profundo, despacio, muy despacio. Inhalo, exhalo, inhalo, exhalo. Temo que el Hombre sin Rostro haya subido conmigo.